Supe definitivamente que era gay cuanto tenía 18 años. Y aunque previamente tuve experiencias con otros hombres jamás hubo sexo o enamoramiento. En ese entonces trataba de justificar mi curiosidad “adolescente” bajo la estúpida idea de que no puedes saber que algo no te gusta hasta que no lo pruebas. Y digo estúpida porque la cosa es simple, dudo que en cuestiones de sexualidad tengas que conocer para saber, simplemente te atrae alguien o no. Así de sencillo.
Crecí en una familia compuesta por una madre católica apegada a los valores, pero creyente de la metafísica, el poder de la energía y la capacidad personal de lograr lo que quisieras. Nunca me limitó y me dio las armas y el apoyo para ser siempre yo mismo. Un padre casi ateo enfocado más en el conocimiento, los hechos, la historia y la ciencia, pero de igual manera un macho mexicano tratando de hacer prevalecer el orgullo de su “linaje” a través de su único hijo varón.
Nunca me puse los vestidos de mi madre o hermana y aunque sí jugué a las muñecas con mis primas, no jugaba a ponerme tacones ni pedía juguetes para niña en navidad. Mi infancia y adolescencia fueron, dentro de lo posible, las de cualquier hombre heterosexual al que no se le enseña que la homosexualidad es mala, pero debo reconocer que tampoco se hablaba de ella en casa.
Quizá es por todo lo anterior, así como el tipo de educación que recibí y los ejemplos que tuve, que crecí actuando y comportándome de cierta manera sin importar si era homosexual o no; pero no me refiero a mi época fresa y prepotente de adolescencia, sino a la personalidad que desarrollé, las enseñanzas que me formaron y sí, también de la libertad que me dieron para elegir.
Antes, durante y después de que me acepté como hombre gay siempre he sido la misma persona, y por alguna razón mi comportamiento y personalidad aún siendo un hombre feliz y abiertamente homosexual desde hace 12 años siempre han sido etiquetados bajo la definición negativamente vista de heteronormado.
Hasta hace poco no lo entendía aún, el término me chocaba y no me visualizaba dentro del mismo. ¿Cómo era posible que siendo un hombre abiertamente gay y defensor de nuestros derechos pudiera llamárseme heteronormado? La cosa está en que hasta ese entonces no entendía que no se trata de lo que piensas o haces, sino de cómo te comportas. No entendía que así es como la sociedad juzga a las personas, así es como la misma comunidad gay etiqueta dentro de sí misma y separa, aún cuando su mensaje es de inclusión y de que algunos de los lemas que la representan son “ama a quien tú quieras” y “sé quien quieras ser”.
No entendía que sin querer yo estaba haciendo lo mismo, y estaba siendo juzgado justa e injustamente a la vez. Injustamente porque no era que me molestaran los afeminados, las drags o el ambiente y la vida gay en sí. Simplemente nunca conviví directamente con ellos porque jamás se dio a raíz de que tuve una experiencia de agresión sexual por parte de un travesti cuando era niño dentro del baño público de un balneario. Esa historia ya la he contado previamente, pero para los que no me leen con frecuencia, sepan que afortunadamente el novio de mi hermana llegó a tiempo y sin querer asustó al agresor antes de que alcanzara a hacerme algo.
Y juzgado justamente porque por una la llevaron todas. ¿Pero no es eso lo que hacemos comúnmente? Decimos que todos los regios son codos, que si vas a tal zona te asaltan, que todos los policías son corruptos o que todos los gays son promiscuos. Todos los días por uno la pagan otros, muchas veces sin que gran parte de ese grupo haga lo mismo que aquello que te marcó tanto como para que no existiera otra connotación que no fuera negativa. Y a partir de ahí, desde niño, inconscientemente evité todo tipo de contacto con personas que me recordaran a esa en especial.
A pesar de lo que muchos dicen y creen, nunca le he faltado al respeto a ninguna persona de la comunidad gay a través de mis columnas. Si así fuera, creo que jamás se me habría permitido escribir para algunas de las revistas gay más leídas en México y Latinoamérica. Jamás me he pronunciado contra algo o alguien, porque desde la educación que recibí en la niñez sé que todo ser es merecedor de respeto. Y de igual forma sé que en la comunidad LGBT se sataniza y critica a los gays heteronormados por no cumplir con los estándares de homosexualidad que, al parecer, se requieren para ser un buen gay.
¿A quién le afecta que no me guste Ru’Pauls Drag Race? Vamos, que no me gusta ningún reality show. De hecho no veo televisión en lo absoluto. ¿Por qué es malo que tenga cierta idea acerca de las circuiteras cuando lo mismo pasa si a alguien le gusta el reggaetón? ¿Por qué a huevo tengo que ser el estereotipo de hombre homosexual que va de antro cada fin de semana saludando a todas las drags o los gays socialité que se encuentra a su paso?
Créanme, yo no me creo el gran macho y, por el contrario, puedo decir que soy tan gay como se puede ser en la vida. Estoy tan seguro tanto del hombre que soy como de la sexualidad que tengo y nunca lo he ocultado, por eso hasta a mí me sigue sorprendiendo el conocer a alguien y saber que de primera instancia pensaron que era heterosexual por mi forma de comportarme o hablar.
No agradezco ni rechazo el comentario, pero encuentro seguido la certeza de que, ya sea entre heterosexuales o gays, si no cumples con un estereotipo definido no vas a encajar del todo. Pero, ¿por qué querría encajar a la fuerza en donde no me siento cómodo? Cuando me di cuenta de eso supe que esa era mi etiqueta dentro de la comunidad gay. No era twink, ni oso, jota (sí, así les dicen, no es homofobia u ofensa), musculoca o alguna de las definiciones más conocidas, no. La mía era heteronomado. De la misma manera aprendí que tiene sentidos tanto negativo como positivo como todas las otras.
Si todo lo anterior suena aún como una excusa, lo digo directamente, si alguna vez ofendí o lastimé a cualquier miembro de la comunidad LGBT con mis palabras, le pido una disculpa asegurándole que no lo hice tratando de herir o imponer una forma de ser. Desde el día 1 y hasta ahora he hablado siempre desde una opinión personal basada en experiencias y sin esperar que otros estuvieran de acuerdo.
Acepto que hay homosexuales heteronormados que rechazan todo lo que refleja a la comunidad gay, que critican, discriminan y rechazan aquello que no va con sus creencias o ideologías, pero no olvidemos que hasta en la religión existen los creyentes y los fanáticos. No olvidemos que en personalidades, mentalidades y actitudes no todos somos iguales, y que tanto en México como en el mundo por uno siempre la llevan todos. Recordemos mejor que así como algunos mexicanos celebran a la Virgen de Guadalupe y otros no, de la misma forma existen heteronormados que rechazan a la comunidad LGBT y existimos aquellos que abiertamente celebramos nuestra homosexualidad, respeto y admiración por aquellos que en el pasado lograron que hoy seamos libres de amar a quien queramos, apoyando para que en el futuro una marcha exigiendo derechos sí pueda convertirse en carnaval.
¡Feliz día del Orgullo!