Esta semana les voy a
contar una pequeña historia basada en hechos verdaderos. La historia de cómo
una cita puede salir mal a veces gracias a ti mismo, sin que siquiera te des
cuenta.
La semana pasada conocí a
un chavo en una de las famosas apps de encuentro. Y antes de que empiecen a
hacer suposiciones, una de las cosas que me llamó la atención del tipo fue que
en lugar de pedirme desbloquear fotos o
preguntarme rol, empezó la conversación hablándome de David Hale, y para los que
no sepan de quién estoy hablando, Hale es un artista, ilustrador y tatuador en
Grecia del que tomé el diseño del búho que tengo tatuado en el brazo y del que
soy fan. Así que sí, en menos de 2 segundos “Pancho” (llamémosle así por hoy)
tenía todo mi interés.
Nada tenía que ver que en
sus 3 fotografías apareciera un verdadero galán, bueno sí un poco, pero el que
supiera de arte y temas de mi agrado fue lo que más llamó mi atención, además
de su siempre respetuosa forma de hablar y lo agradable de la charla. En fin,
era un sábado y no miento si digo que empezamos a hablar temprano por la
mañana, trabajé, comí, salí a pasear a Mateo, mi perro, fui al súper, vi una
película y aún seguíamos hablando hasta que me propuso vernos en un par de
horas si es que no tenía planes para salir esa noche.
La verdad es que rara vez
tengo planes, la mayoría de mis amigos se van de antro y es bien sabido que no
soy fan de esos lugares, así que casi nunca me invitan a salir con ellos los sábados.
Estaba disponible. ¿Y por qué no conocer a un tipo guapísimo, agradable, culto
y pasar un buen rato en lugar de quedarme en casa viendo capítulos de Criminal
Minds como todos los días?
Pancho sugirió un lugar no
muy lejano a mi casa y nos vimos alrededor de las 10 PM. No voy a negar que
estaba emocionado, no todos los días conoces a alguien con tantas cualidades y
una parte de mi mente pensó que si no me gustaba tanto el tipo al menos de esa
salida podría encontrar a un buen amigo. El pensamiento se reforzó cuando
llegué al lugar y conocí a Pancho. No sólo era como 10 centímetros más bajo de
lo que había mencionado, no. El pitufo que estaba frente a mí era MUY diferente
a la que aparecía en las fotos.
¡Oh, sorpresa! Sí, el tipo
era el mismo de las imágenes, pero se notaba que además de ser bastante fotogénico
también era todo un maestro del PhotoShop. Juro que estuve a punto de darme la
vuelta y regresar exactamente por donde llegué, y es que si algo puede resultar
demasiado decepcionante es que una persona trate de aparentar algo que no es a
través de las redes sociales. Respiré profundo, sonreí a medias y me dije a mí
mismo: Mi mismo, el tipo es más feo que un pasivo con hemorroides, pero al
menos es agradable. ¿Y uno no necesita que sus amigos sean exclusivamente
guapos, no?
Entramos al lugar y desde
los primeros cinco minutos de charla noté que Pancho no dejaba de verme de una
forma un tanto incómoda, no morbosa ni lasciva, sino como de asombro. Decidí no
prestar atención y empezar la plática retomando uno de los muchos temas de los
que hablamos por la tarde. No sólo el tipo había retocado sus fotos, tampoco
parecía tener tanto conocimiento acerca de lo que platicábamos horas antes.
Entre su físico, su mirada de admiración, la falta de tema de conversación y su
falta de ambición al contarme que a sus 27 años no sabía lo que quería, vivía
con su familia, no había terminado la carrera y tenía un empleo deprimente de
medio tiempo que le daba para pagar sus cigarros, (irónicamente me pidió uno
unos minutos más tarde), lo único que quería era terminarme la cerveza e irme a
mi casa. Ese capítulo de Criminal Minds me parecía mucho más interesante en ese
momento.
Sólo una vez hace muchos
años había aplicado una salida tan estúpida e inventada como la que actué esa
noche. Pedí a mi mejor amiga que me llamara por teléfono y en cuanto sonó el
celular pretendí que me necesitaba con urgencia asegurando que saldría para
allá en ese instante, ante la mirada triste de Pancho y las risas de mi
cómplice del otro lado de la línea. Me disculpé de prisa, pagué mi cerveza y me
dirigí hacia la salida, lógicamente se ofreció a acompañarme pero lo único que
obtuvo de mí fue un “seguimos en contacto”, y quienes me conocen saben que esas
3 palabras de mi boca significan todo lo contrario.
¿Qué fue lo que sucedió? En
el camino de regreso a mi casa me puse a analizar en dónde había estado el
error. Ok, si bien no era tan guapo como se veía en las fotos, ¿en dónde estaba
el tipo culto y agradable con el que había hablado? No tardé mucho en darme
cuenta de que (como siempre) el que había hablado la mayor parte del tiempo
había sido yo. Toda la tarde le di las armas para saber mis gustos y poder
seguir el tema. Le mencionaba un autor y me hablaba de varios de sus libros.
Decía algo de un cineasta y me decía qué películas le habían gustado de él,
pero siempre fui yo el primero en dar detalles con los que él decía estar de
acuerdo, repitiendo exactamente mis propias palabras de una manera diferente.
¿Por qué no simplemente
decir que no sabía? ¿Por qué no mencionar cosas que realmente le gustaran? ¿De
qué te sirve pretender que sabes de algo para conseguir salir con alguien si a
la hora de la verdad no vas a poder seguir el cuento? Es demasiado lamentable
encontrarse con ese tipo de personas, y sí, aunque muy probablemente no hubiera
aceptado salir con él de tener fotos sin retoques y haberme hablado acerca de
su nada prometedor futuro por falta de motivación o exceso de conformismo,
igual habría sido preferible conocer a un tipo real.
Cuidado chavos, las fotos y
hasta las pláticas pueden engañar cuando conoces a alguien a través de
aplicaciones. ¿Entonces usamos Skype antes de salir? ¿Le pedimos un video?
¿Hacemos un examen oral para saber su nivel de cultura general? Quizá las dos
primeras opciones no sean del todo descabelladas, pero para la tercera el único
consejo que puedo darte es que no cometas los mismos errores que yo al
apoderarme de la plática, no. Déjalo hablar a él primero y formula las
preguntas correctas después.
Honestamente luego de esa
cita no me quedaron ganas de seguir conociendo chavos en apps, así que me di un
break temporal de esos sitios esperando evitar nuevos encuentros incómodos.
Pero como el destino es MUY cabrón, el día de ayer tenía que jugar conmigo. Me
topé con Pancho en la llamada segunda ciudad más grande del mundo, con miles de
millones de habitantes, ¿de risa, no? Ahí estábamos, uno al lado del otro
esperando que el semáforo cambiara de color para poder cruzar la calle,
sabiendo quién era el de al lado y aunque el ruido de la calle era demasiado,
el silencio incómodo que había entre los 10 centímetros que nos separaban
parecía mucho más fuerte en ese momento. Ninguno de los dos había saludado al
otro. ¡Carajo! Y ni siquiera podía pretender estar ocupado en mi teléfono
porque mi batería estaba muerta.
La luz se puso en verde
para ceder el paso al peatón y traté de caminar rápido entre la multitud
alejándome de él, pero aún así pude escuchar cuando dirigiéndose a mí dijo
“Hasta tú le hubieras ganado el Oscar a Di Caprio”, solté una carcajada
mientras lo veía despidiéndome con un movimiento de cabeza que le daba la
razón. “¿De plano estuvo tan mal?” me preguntó aún alejándose caminando de
espaldas. “No tienes idea”, respondí y seguí mi camino. “¡Hey!” – me gritó –
“¡Al menos sí conozco el trabajo de David Hale!”. Vaya, y de todos los temas que retomé en los
40 minutos de la cita jamás se me ocurrió volver a sacar ese.
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