Pues bien, para todos
aquellos que leyeron la primera parte de esta columna, ha llegado la hora de
transmitirles lo que pienso de las vestidas ahora que finalmente pude platicar
con una cara a cara y sin prejuicios como lo prometí en el artículo anterior. Y
déjenme decirles que no resultó nada cómo yo lo hubiera imaginado.
Mi intención era sentarme a
tomar un café a plena luz del día, pero por cuestiones de agenda y la extensa
carga laboral me fue imposible llevarlo a cabo de la forma planeada, así que mi
cita con Andrea se dio por la noche y simplemente caminando. Honestamente creo
que un acercamiento tan simple y amistoso fue mejor y permitió que las
preguntas, respuestas y pensamientos salieran tan fácil como si se tratara de
cualquier caminata con una amiga.
El primer pensamiento que
me pasó por la mente al verla fue que verdaderamente era hermosa, por donde la
vieras parecía una mujer de verdad y creo que sólo al tener intimidad podrías
darte cuenta de que la realidad era otra. Se mantenía siempre sonriente a pesar
de que en mi correo le había advertido que mis cuestionamientos no serían quizá
muy amables, pero no le importó y dijo que estaba preparada para ello (aquí
cabe a bien mencionar que aunque yo tenía ya alguien en mente cuando escribí la
primera parte del artículo ella escribió a mi correo ofreciéndose para la
entrevista).
Total, la charla inició y
aunque no voy a transcribir lo que hablamos, sí voy a tratar de plasmar todo lo
que sentí, pensé y las conclusiones personales a las que llegué gracias a esos
casi 100 minutos que pasamos juntos.
Una de las cosas que llamó
mi atención es que no le molestaba ser llamada “vestida”, al final de cuentas,
dijo, es así como se les conoce popularmente y aunque no estaba completamente
de acuerdo con el mote, tampoco le incomodaba que fuera usado, no podían
llamarla “mujer” porque no lo era. Pero, ¿quería serlo? No. Sus intenciones al
recrear y transportarse a sí misma al ámbito femenino no eran convertirse en
una, ni siquiera ser vista como una pues llevaba una vida diaria como hombre
sin problema alguno, pero disfrutaba personificar a una mujer y ponerse los
tacones pues la hacían sentirse bella. Aunque eso sí, fue muy clara al pedir
que mientras se viera como mujer fuera llamada como tal. “En el día puedes
decirme cabrón, wey o amigo, pero una vez tenga la peluca y los tacones puestos
soy una chava y exijo ser tratada como una”.
Y como ella existen muchas
que no se visten por el deseo de ser mujeres. Algunas sólo lo hacen por
diversión, otras por trabajo y otras tantas sí, por esa necesidad de actuar y
verse como lo que realmente piensan que son. Así que no pude evitar preguntarle
su opinión acerca de las personas transgénero y mi sorpresa al ver que
compartía un poco mi punto de vista fue mucha. “Yo los respeto sin problemas,
aunque eso no significa que entienda su necesidad de cortarse el pito y en su
lugar crear una vagina falsa, al final no importa si te pones pechos, si tienes
algo semejante a una vagina entre las piernas o si no te crece vello. Nada de
eso cambia el hecho de que toda tu vida serás un hombre aunque hagas todo lo
posible por dejar de ser uno, nunca vas a ser vista como mujer sino como
trans”.
Aún así, su amistad con
mujeres trans no se ve afectada por su forma de pensar, pues se enorgullece al
decir que entre travestis mantienen un nivel de honestidad brutal que sólo
ellas pueden entender. Entonces uno no puede llegar y decirles que son tipos
porque se ofenden, pero si se lo dicen entre ellas no hay problema, algo así
como cuando le dices puta a tu mejor amigo, pero si otro viene y lo llama de
esa forma no lo vas a permitir. Claro, si es que eres un buen amigo.
Otro de los mitos alrededor
de ellas es que son todas rudas y violentas, y al cuestionar acerca de ello
reafirmé algo que pensaba desde siempre. Sí, la mayoría pueden llegar a serlo
porque es la única forma en la que pueden defenderse de tanto rechazo, de la
agresión física y verbal de la que son víctimas. Su fachada de “chicas malas”
les sirve como método de supervivencia, pero al menos con Andrea pude comprobar
que una vez acercándote de la forma correcta no hay nada qué temer. Así que
aquí aplica el famoso dicho que dice que “como trates serás tratado”, sin más
ni más.
En mi caso siempre pensé
que las travestis eran prostitutas, todas ellas. Pero claro que estaba en un
error. Aunque sí existen muchas que por necesidad o simple placer se dedican al
servicio del sexo, no todas tienen como meta principal hacerse ricas de la
manera más fácil. Y es que si algo aprendí también es que ser un hombre que
personifica a una mujer no es nada barato, los costos de los vestidos, tacones,
pelucas, maquillajes y demás accesorios necesarios para lograrlo y verse lo más
cercano posible a una chica son demasiado altos. “Y por lo regular tenemos gustos
caros, no queremos parecer una chava de la prole sino una pudiente”.
¿Ustedes han visto a alguna
vestida usar pantalones? ¿Una blusa decente en la que los “pechos” no quieran
saltar a la vista de todos o una cola de caballo y sandalias? Al menos en la
vida real yo no, todas ellas han desfilado con vestidos cortos, exceso de
maquillaje y ropa ajustada que lo que menos da a pensar es que es en realidad
una dama. Y es cierto que a veces por más que físicamente parezca una mujer se
puede reconocer a un travesti por la forma en la que viste. Pero no lo hacen
por parecer putas, sino por el hecho de que la femineidad para ellas la
representan las faldas, el tacón alto, un pelo bien producido y un buen par de
chichis. ¿Tienen algún problema al ser confundidas con sexo servidoras? ¡Claro
que lo tienen! Pero no piensan salir a la calle de cara lavada y pants cuando
la ilusión no se logra con ello.
Las vestidas sufren del
mismo problema que todos los homosexuales en las producciones televisivas, la
exageración de estereotipos y prejuicios. Así como en cualquier telenovela te
ponen a un gay amanerado en exceso, peluquera, vistiendo de rosa y dando
brincos por todos lados, Andrea me pone a pensar en las vestidas que he podido
llegar a ver en televisión ya sea nacional o internacional y tiene mucha razón.
Las ponen como prostitutas, drogadictas, bailarinas del tubo o rudas
narcotraficantes. “¿En dónde están aquellas que no hacen nada de eso? Las que
son esposas, trabajadoras, estudiantes o profesionistas no sirven para los
medios porque no llaman la atención si no hacen un circo”.
Para este punto ya estamos
sentados en una banca y la conversación es más fluida, ya no se trata de
preguntas y respuestas sino de un simple intercambio de opiniones. Ella no se
avergüenza de que la gente mire dos veces para comprobar que es hombre, y para
este punto yo no me avergüenzo de que me vean con ella. Algo está cambiando. Su
personalidad es divertida y genuina, no pretende caerme bien para que escriba
algo lindo sobre ella, pero tampoco me ha dejado salirme con la mía cuando
ahondo en temas más personales como su familia, limitándose a decir que saben
lo que hace y decidieron que no les importa. Estoy seguro de que así es, pero
de que tampoco les importa ella desde que se enteraron.
Mis barreras mentales están
desvaneciendo, me siento en confianza y creo que todo lo que pensé con
anterioridad de las vestidas era resultado de la ignorancia y la falta de
contacto, y eso mismo le digo a Andrea quien sorpresivamente me pide que no baje
la guardia. “No todas somos iguales, así como no puedes confiar en que todo
hombre gay o no o toda mujer vaya a ser buena persona”, y tiene razón. “Hasta a
mí me ha tocado conocer perras rateras, traicioneras y mentirosas que han
tratado de madrearme, por bonita (lo dice en alusión al famoso video de la
marcha gay), así que aunque sea bueno que ahora pienses diferente, no sería
bueno que generalizaras”, me dice mientras se mira las uñas ya con el esmalte
algo desgastado.
Va llegando la hora de
despedirnos y noto que hay algo que quiere decirme antes de que cada uno se
vaya por su lado, así que le pregunto de qué se trata y para mi sorpresa me
dice algo que con anterioridad he escuchado, pero que ya tomo con gracia.
“Tienes rasgos muy bonitos, serías una mujer muy guapa”, me río un tanto
nervioso y le digo que no creo que tenga razón, así que me ofrece un extreme
make over una vez que me decida a intentarlo. Le agradezco el gesto y nos
despedimos amablemente con un beso en la mejilla.
¿Cambió mi manera de pensar
acerca de ellas? Debo decir que no del todo. Si bien ahora estoy conciente de
que pueden llegar a ser muy agradables también lo estoy de que no podemos ir
por la vida queriendo tapar el sol con un dedo, no todos somos buenos y no
todos somos malos, no todos coincidimos y no todos entendemos, me queda claro.
Pero también me queda claro que hay algo que sí podemos hacer todos y que es la
clave para una convivencia sana e incluyente, y todo se reduce al respeto.
Ellas existen y son como tú y como yo, nada las hace diferentes, porque si
creemos que su forma de vestir, pensar y querer ser las hace diferentes
entonces estaríamos ignorando que es algo que todos hacemos sin excepción. ¿Y
qué sería de una sociedad sin gente que rompiera moldes e hiciera un cambio?