Mucho se ha dicho del
bullying durante los últimos años. Todos sabemos que es malo, que daña y que
puede llevar a alguien a cometer estupideces como el suicidio, pero… ¿alguna
vez se han puesto a pensar en la otra cara de la moneda? Nos compadecemos cada
que vemos en redes sociales o en medios de comunicación a alguien víctima de
ello, nos conmovemos con las historias de todos aquellos dañados y
traumatizados debido al acoso y maltrato físico y emocional, ¡y vaya que
podemos llegar a saber muy bien lo que se siente ser victimizado!
Como hombres gay, muchos de
nosotros estamos expuestos al bullying a veces desde muy corta edad. Los
sobrenombres como “marica”, “joto”, “puto”, “mariposón” o “loca” se hacen
presentes muy a menudo entre compañeros de escuela y a veces hasta dentro de
las propias familias. Pero esa es una parte del tema en la que no puedo meterme
demasiado pues (afortunadamente) en mi caso jamás me sentí víctima de ello,
quizá porque durante esos ayeres todavía no taaan lejanos el que molestaba a
otros con ese tipo de apodos era yo.
La neta ni yo me la creo.
Yo, el chamaquito flaco medio fresón, ese que se vestía con botines de gamuza
(sí, qué oso), que se peinaba de raya en medio y que aún sin darse cuenta del
todo ya tenía tendencias gay era el que ponía los apodos más feos, el que se
aprovechaba a veces de los nerds del salón para que le hicieran la tarea o lo
dejaran copiar en los exámenes, el que molestaba a otros sin tener siquiera un
motivo. O al menos eso creía.
Si bien existen diferentes
causas que te llevan a hacerlo, como que en tu casa tus padres o hermanos
mayores la apliquen contigo, que sufras de inseguridades físicas o hasta
mentales al sentirte inferior a otros y tratar de ocultarlo mediante el abuso o
que tengas una necesidad de atención muy marcada, en mi caso (como seguramente
en el de muchos) lo hacía únicamente para evitar que vieran en mí lo que yo
veía en ellos. Hacía bullying a otros gays porque yo no tenía el mismo par de
eggs que ellos para actuar tan libremente y sin prejuicios. Y creo que no me
equivoco al decir que hasta la fecha no es sorpresa enterarte de que aquél que
te jodía la existencia por ser gay resultó también pertenecer al clan.
Pero si te pones a pensar,
el bullying como lo conocemos ahora no existía en aquellos tiempos, el acto no
tenía un nombre, lo veíamos como “juegos de niños” y no era un delito que se
castigara con algo más que una llamada de atención. ¿Eso lo hacía menos grave?
Obviamente no, pero al menos las personas no éramos tan concientes de lo que
podíamos llegar a causar. Hoy parece imposible ser un bully sin que nadie haga
nada, salirte con la tuya todos los días y lograr el cometido personal de sacar
tus frustraciones con otros, pero aunque los tiempos hayan avanzado y tanto la
sociedad como las leyes estén alertas, lamentablemente aún no es ni será
erradicado.
Cuando pensamos en bullying
inmediatamente nos remitimos a las escuelas, a los niños o adolescentes, pero
no tenemos en cuenta que a pesar de que muchos de nosotros ya podamos ser adultos
con una vida profesional aún podemos llegar a ser víctimas de ello. El bullying
laboral es un tema del que poco se habla; quizá por la vergüenza de que a una
edad ya semi adulta o adulta aún puedan llegar a intimidarte, pero es una
realidad latente día con día en muchas oficinas, en empresas, en restaurantes,
agencias o cualquiera que sea el ámbito de trabajo.
Quizá para tus compañeros
heterosexuales seas “el joto”, “el rarito”. Probablemente no te inviten a sus
reuniones o te dejen hablando siempre con las mujeres o hagan comentarios
molestos cada que entras al baño y alguno está ahí. Y a menos de que seas uno
de los muchos gay que no tienen miedo a defenderse, a decir las cosas o a
interactuar sin problema alguno con hombres heterosexuales siendo un igual,
este tipo de actitudes y situaciones van a hacerte sentir mal, muy mal. Y si
vas y te quejas con el jefe entonces eres mariconazo a la tercera potencia.
¿En qué momento tu ámbito
de trabajo se convirtió en un salón de clases? ¿Por qué crees que te esté
ocurriendo de nuevo? ¿En verdad eres tan insignificante como para no merecer un
poco de respeto? Aquí sí necesito de toda tu atención para que leas bien lo que
te voy a decir, y aunque muy probablemente ya lo hayas escuchado antes, esta
vez trata de metértelo en la cabeza más concientemente…
Lo siento, pero el ser
víctima de bullying no es culpa de nadie más que de la víctima, así de
sencillo. ¿Qué tú no hiciste nada? ¡Precisamente! Es por el hecho de no hacer
nada que los abusos continúan, porque si te armas de valor y tienes la fuerza
de oponerte al victimario las cosas pueden llegar a cambiar. Probablemente no
sea sencillo, quizá hasta te lleves una madriza, pero al menos no sigues de
brazos cruzados y aunque cueste tiempo y esfuerzo estarás luchando por tu
derecho de ser como se te da la gana, de vestirte como quieras, de hablar como
quieras, de amar a quien quieras. Bien lo dicen por ahí, el abusador llega hasta
donde el abusado lo permite, y si uno mismo le sigue dando poder a quien cree
que lo tiene entonces estamos dejando que los golpes sigan llegando. Es cierto
que el respeto se gana, como también es cierto que para ser respetado no hay
mejor fórmula que primero respetarte a ti mismo.
¿Qué tanto te respetas tú
como para dejar que otros no lo hagan? Y por el otro lado aplica igual, ¿cuánto
te han faltado al respeto como para sentirte con el derecho de faltárselo a
otros o de no hacer nada cuando ves que algo así le ocurre a alguien más? Sin
duda algo para meditar, pensar y empezar a solucionar.
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