¿Se acuerdan de aquella escena de El Rey León en donde las hienas temblaban con el simple hecho de escuchar el nombre de Mufasa? Pues algo similar me pasa en cuanto alguien menciona la palabra matrimonio.
Mi primer acercamiento con el
compromiso llegó aún chavito cuando tenía casi un año con mi pareja.
Estaba muy enamorado, era joven y estúpido. Entonces cuando una noche se pone
de rodillas frente a mí afuera de una cabaña que rentamos cerca del bosque y me
pide que me case con él, no dudé ni un segundo en aceptar y abrazarlo por un
largo tiempo, justo como en las escenas de amor de las películas
hollywoodenses. 9 años después, tengo muy claro que jamás tomé la propuesta en
serio y no fue más que un juego de adolescentes. Mejor así, puesto que terminamos
un par de meses después y no volvimos a dirigirnos la palabra.
Luego, a mis 23 años la
historia se repite. Claro que ya sin el bosque, sin jaladas románticas ni mucho
menos, en esa ocasión se trató de una plática entre dos personas que querían
estar juntas y en la que nadie hizo propuesta alguna, sino que se habló de una
idea en común y la aprobación de ambos. Y esta sí la tomé en serio. Empezamos a
hablar de lugares, de fechas, de música, invitados y todo el desmadre, poco a
poco los planes fueron tomando forma, y yo empecé a darme cuenta de que no
tenía ni la más remota idea de porqué lo estaba haciendo.
Por esa razón no dudé en
apoyar a mi novio cuando le ofrecieron una beca para estudiar la maestría en
Barcelona por 10 meses. No es que no lo apoyara en seguir creciendo
profesionalmente, pero siendo honesto el tenerlo lejos y posponer la fecha me
servía para pensar mucho más seriamente las cosas. Y obviamente ayudó. Heme
aquí aún soltero y sin planes de amarrarme a alguien todavía.
Si he de hablar con la
neta, tengo que decir que no es porque me de miedo o aborrezca la idea, no. Lo
que me da miedo es como en nuestros tiempos la sociedad; y no únicamente gay,
ve el concepto del matrimonio de la misma forma en la que escoge la ropa.
Total, si no me gusta lo cambio o si se rompe lo deshecho. ¿Entienden por donde
va mi punto?
No se trata de que no crea
en el matrimonio, en mi caso se trata de una pelea interna entre lo que
significa para la sociedad y lo que puede llegar a significar para uno mismo. ¿Estamos
los gays obligados a seguir la misma normativa de las parejas heterosexuales al
momento de unir nuestras vidas? ¿Es el matrimonio la tumba de una vida sexual
diversa? Seamos honestos, la fidelidad es una cualidad que encontramos muy
raramente en nuestros noviazgos, y por más enamorados que podamos llegar a
estar a veces la calentura nos gana.
Conozco demasiadas parejas
que aún habiéndose casado decidieron llevar una vida sexual abierta, conozco
otras a las que la simple idea les provoca enojo, y conozco a muchos como yo
que se debaten entre lo que es correcto o no. Pero, ¿de quién depende
definirlo? No es que haya huido del matrimonio por querer seguir de caliente
brincando de cama en cama, pero sí pasa por mi mente la famosa pregunta: ¿Estoy
listo para dejar de conocer otras personas y comprometerme emocional y
sexualmente con una sola?
La respuesta es simple: NO.
Y quizá es porque aún no he conocido al tipo que me haga aventarme como gorda
en tobogán, probablemente es también porque antes de pensar en el matrimonio
pienso en mi realización personal y profesional. Y aunque muchos puedan decir
que es algo que también se puede conseguir estando en pareja, déjenme decirles
que están equivocados.
¿Cuántos no se casaron ya
nada más porque pueden? ¿Cuántos se casaron aún sin siquiera haber logrado sus
metas? ¿Cuántos más han frenado planes por estar con una persona? Podré sonar
egoísta; y tal vez lo soy, pero aún hay muchas cosas que pienso lograr antes de
tomar una decisión de ese tamaño, aún hay muchos viajes, muchos planes, muchos
hombres por conocer, muchas bocas que besar y cuerpos por tocar.
De lo que sí estoy seguro
es de que no importa si se está de acuerdo o no con el matrimonio, lo
verdaderamente importante es que TODOS merecemos tener la opción de hacerlo o
no. Casarse tiene y debe ser una elección personal y no del gobierno, no
debemos estar sujetos a la opinión de un grupo menor de personas que decidan
por nosotros si tenemos o no el derecho.
Ya sea que seas de los que
creen en cuentos de hadas, en matrimonios para toda la vida y en la fidelidad
eterna, o seas de los que saben que amar a una persona no tiene que ir de la
mano con cerrarse a una vida sexual únicamente entre dos, seas como seas ten
presente que por lo regular confundimos amor con obsesión, aprehensión y
capricho, olvidándonos de que nadie nos pertenece, y que aún en una relación o
dentro del matrimonio seguimos siendo libres.