Dicen que la curiosidad
mató al gato, pero murió sabiendo. Bueno, pues casi siempre he vivido bajo ese
dicho, y es que prefiero ver, conocer y experimentar las cosas por mí mismo a
quedarme con la historia que alguien más puede contarme. Así que cuando un amigo
me platicó de un documental que había visto en la televisión y le había
provocado un llanto inconsolable, no pude más que decidir verlo con mis propios
ojos.
Tenía una muy clara idea de
lo que trataba; unos meses atrás había visto un video en Youtube que describía
la situación completa, pero se hizo tan viral que decidieron hacerle su propio
documental al protagonista de la historia. Quizá muchos de ustedes ya han visto
el video “Te podría pasar a ti” que narra cómo Tom, un joven en USA muere
cayendo del techo dejando a su pareja solo tras 6 años de relación y en una
lucha sentimental porque la familia del fallecido lo saca de la jugada.
Con estas referencias y las
de mi amigo, me preparé para el drama con botana, vino y los pañuelos
desechables (por si se llegaban a ocupar, aunque yo estaba seguro de que no
ocurriría) y me dispuse a ver el documental “Bridegroom” en la comodidad de mi
cama. Tengo qué confesarlo, no habían pasado ni 10 minutos y ya había tenido
qué sacar el primer pañuelo. ¡Qué increíble historia!
Al estar viendo cómo el
sobreviviente pasó su infancia aterrado por aceptarse a sí mismo, pensando en
quitarse la vida para no causar más problemas a sus padres, creyendo que lo que
sentía estaba mal y orillándose a sí mismo a recluirse dentro de su propia
mente, me fue imposible no recordar tantas cosas por las que yo mismo pasé
cuando era un adolescente, ninguna de esa magnitud, debo decir. La parte más
increíble de la historia es cuando sus padres hablan acerca de él y cómo el
gran amor que le tienen no cambió en ningún momento al saber que era gay, sino
todo lo contrario. Su apoyo, cariño y respeto lo ayudó a superar sus traumas e
irse soltando poco a poco, hasta permitirse a sí mismo encontrar el amor.
Bueno, y qué les digo de la
historia de amor. Al parecer es de esas que ya casi no existen, en la que dos
personas que vienen de distintas partes del país se conocen de repente y la
química es tan fuerte que se vuelven inseparables casi de inmediato. Mientras
mostraban fotos y videos de lo que había sido su vida juntos, mi necesidad de
llorar se detuvo y mi lado amargo salió a flote cuestionándome una y otra vez
acerca de su relación. Se ve tan “perfecta” que en verdad no crees que pueda
existir, 6 años de camaradería, de confianza, de risas, de amor… de fidelidad.
Y honestamente a veces creo que algo así es prácticamente imposible.
Total, el novio muere
inesperadamente y de repente el chico que creció queriendo quitarse la vida,
que se reprimió a sí mismo, que no podía aceptar la idea de su homosexualidad
porque “iría al infierno”, ese mismo que dejó atrás sus miedos, que derrumbó
sus propias barreras y salió de su caparazón al encontrar el amor verdadero,
ese mismo al que crees que no podría pasarle nada peor, se queda solo. ¡Qué
jodido es el destino! Y para colmo de los males, ni siquiera se le permite ver
a quien fuera su pareja por 6 años, o asistir a su funeral por el hecho de que
NO ES FAMILIA. ¿Entonces cómo se le llama a alguien con quien compartes una
casa, un negocio, un perro, TU VIDA? La familia de su novio fallecido lo borró
del mapa por completo por temor al qué dirán, a que la gente en su pequeño
pueblo natal se diera cuenta de que su hijo había sido gay, de que lo señalaran
y juzgaran. Y ante todo esto sólo puedo decir una cosa, sé que los padres
siempre tratarán de “protegernos” del señalamiento de otros, de críticas y
rechazos, pero al actuar de esta manera y pensar así, lo único que demuestran
es que son ellos mismos los que tienen el dedo apuntado hacia nosotros.
Qué tristeza es que aún
existan este tipo de situaciones en las que alguien de 29 años dejó este mundo
aún escondido no por decisión propia, sino por la de otros. Qué triste es que
aún existan padres que prefieren ver a un hijo muerto antes que verlo amar a
quien se le de su gana, que lo escondan, que lo repriman. Y fue en esa parte en
la que necesité más pañuelos. Terminé llorando a la par del protagonista
mientras seguía relatando su historia, pero me di cuenta de que no llorábamos
por las mismas razones.
Él lloraba por haber
perdido a su pareja y la impotencia de no poseer los derechos legales que le
permitieran estar a su lado en el último momento. Yo lloraba por darme cuenta
de lo afortunado que soy al contar con una familia que me ama y acepta con todo
y lo que soy o lo que hago, que me apoya en cada paso que doy y decisión que
tomo. Lloraba por no haber pasado por todo eso y por siempre haber hablado con
la verdad, por ser fiel a mí mismo antes que a lo que otros opinen. Lloraba
porque el pobre tipo tímido que se quedó sólo se ha convertido en la voz de
millones allá afuera y sigue luchando para que tengamos los mismos derechos.
Porque quizá no tuvo el final feliz que esperaba, pero su verdadera historia
apenas comienza.
Y ya siendo MUY honesto,
seguí llorando nada más por gusto, por el simple, mero y sencillo placer de
sentirme afortunado porque una historia tan triste como esa está lejos de
pasarme. Y es que a final de cuentas, el motivo de mi llanto era por la
felicidad de nunca haberme enamorado así de nadie.
Les dejo el primer video
que salió en Youtube. El documental completo lo pueden encontrar en Netflix y
recuerden que podemos estar en contacto a través de cualquiera de mis redes
sociales. ¡Por allá los espero! (Sin llorar, lo prometo).
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