Estoy harto de las
etiquetas. ¿Ustedes no? Existen por todos lados, en las sodas, la comida, la
ropa y cualquier tipo de producto. Sí, las etiquetas fueron hechas para darle
una identificación a las cosas, pero… ¿por qué lo aplicamos también a las
personas? Y aunque no es algo nuevo, es algo que me parece completamente
innecesario. ¿O será que son imprescindibles para lograr una exitosa
convivencia social?
Naco, fresa, golfa,
hipster. Esas son algunas de las etiquetas que más se usan desde años atrás,
pero vayamos a las que probablemente nos conciernen mucho más, las que se usan
en el ambiente gay. Musculocas, jotas, closeteras, osos, chacales, peluqueras,
circuiteras y estoy seguro de que existen muchas más que de momento no se me
vienen a la mente, pero que día con día son parte de nuestro vocabulario. ¿Es
realmente necesario catalogar e identificar a las personas de esta manera? No
dudo que algunos de ustedes se sientan cómodos con el término que les ha sido
impuesto; o que ustedes mismos se impusieron, pero definitivamente eso de las
etiquetas no es lo mío. Vamos, que desde chico las arrancaba de mi ropa.
Todo este rollo viene
debido a un “nuevo” terminó que he visto ir creciendo últimamente, el GBF, Gay
Best Friend o Mejor Amigo Gay. ¿Es neta? A muchos podrá parecerles gracioso y
encontrarlo divertido, pero en lo personal siento que la sociedad en lugar de
ir avanzando conforme al tema de la aceptación y la diversidad, sigue dando
pasos hacia atrás a veces hasta sin darse cuenta. ¿Por qué GBF? Es cierto que
hoy en día la mayoría de las personas conocen a alguien homosexual y sea parte
de su vida ya sea dentro de la familia o en el grupo de amigos, lo cuál es de
lo más normal, lo que no se me hace normal es que en lugar de únicamente
llamarle “mi amigo” se tenga la necesidad de decir “es mi amigo gay”.
Yo no sé ustedes, pero a mí
me suena como si uno dijera: “es mi mejor amiga la gorda”, o “mi amiga la pobre
o la naca”. Se escucha ofensivo, ¿no? Pues igual de ofensivo se escucha para
mis oídos que tengan qué especificar algo que se supone estamos tratando de
aceptar como “normal” ante el mundo.
No se trata de que uno
niegue o quiera ocultar sus preferencias, no. Se trata de respeto e igualdad. Y
si viviéramos en igualdad, no habría necesidad de sorprenderse cada que alguien
sale del closet y hacer una noticia de ello, no habría necesidad de confesarle
a nadie nuestra sexualidad. O qué, ¿cuándo alguien ha tenido que sentar a sus
padres para decirles con miedo que es heterosexual? ¿Ven mi punto?
Peor aún es seguir
etiquetándonos y discriminándonos nosotros mismos, porque si algo no podemos
negar es que las etiquetas sirven para eso, para separar. Va, que puede que
alguien no sea igual que tú, y como lo dije en otra columna: “Hasta entre gays
hay niveles”, pero eso no quita que sea lamentable el hecho de que veamos
normal el burlarnos de otros solamente porque se encuentran en circunstancias
diferentes. Quizá las etiquetas sí sean un mal necesario, quizá son ellas las
que han podido hacer funcionar al mundo hasta ahora. Pero sin duda también han
sido las que hoy por hoy no nos permiten vivir con la tranquilidad y libertad
que necesitamos. Y que tanto exigimos.
En 2013, el 32% de la
población únicamente del Distrito Federal en México, dijo haber sido discriminada
por motivos de pobreza, color de piel y preferencias sexuales, poniendo a la
ciudad un 7.2 en escala del 0 al 10 en motivos de discriminación. Y Por más
irreal que parezca, los datos arrojados en la encuesta fueron exactamente
iguales que la misma en 1995, el 40% de las personas encuestadas aseguró no
tolerar la homosexualidad. ¿Pensaban que México es una ciudad tolerante? Están
muy equivocados. Y lo que resulta peor, es que muchos de nosotros, los mismos
homosexuales, hemos contribuido a fortalecer tales números con el paso del
tiempo.
No estoy diciendo que
vayamos por la vida saludando y siendo amigos de todo el mundo, sería imposible
y acepto que ni siquiera yo podría hacerlo porque, por ejemplo, siempre he
tratado de mantenerme lo más alejado posible de las que llamamos “vestidas”. Lo
que trato de decir es que aunque las etiquetas nunca se van a terminar, lo que
se puede terminar es el odio y la falta de respeto. ¿No quieres cerca a los que
ves diferentes? No los tengas cerca entonces, pero tampoco jodas más su vida.
Respeta.
Y al hablar de respeto,
también hablo de eso del GBF, porque por más “normal” que pretenda verse, no es
más que una nueva oportunidad para continuar por el camino de la burla. ¿Creen
que exagero? Ya hasta película saldrá abordando la temática, y por más que sea
una comedia, el mentado GBF no es más que un juguetito de las mujeres en la
trama. Y aunque no quiera decirlo, muchas veces es igual en la vida real.
Mujeres: no todos queremos ayudarles a escoger ropa, hacer pijamadas mientras
contamos chismes y nos hacemos faciales, no todos somos expertos en marcas y
zapatos, así como no todos queremos vernos como muñequitos de pastel.
Sé que seguiremos
utilizando etiquetas todos los días, pero también sé que tienen qué existir avances.
Al menos en la ropa, que cada vez son más los que imprimen la información en la
prenda para no hacerla visible ni molesta para el que la usa. ¿Y si nosotros
hacemos algo parecido?
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