viernes, 6 de junio de 2014

Al menos conocía a David Hale



Esta semana les voy a contar una pequeña historia basada en hechos verdaderos. La historia de cómo una cita puede salir mal a veces gracias a ti mismo, sin que siquiera te des cuenta.

La semana pasada conocí a un chavo en una de las famosas apps de encuentro. Y antes de que empiecen a hacer suposiciones, una de las cosas que me llamó la atención del tipo fue que en lugar de pedirme desbloquear fotos  o preguntarme rol, empezó la conversación hablándome de David Hale, y para los que no sepan de quién estoy hablando, Hale es un artista, ilustrador y tatuador en Grecia del que tomé el diseño del búho que tengo tatuado en el brazo y del que soy fan. Así que sí, en menos de 2 segundos “Pancho” (llamémosle así por hoy) tenía todo mi interés.

Nada tenía que ver que en sus 3 fotografías apareciera un verdadero galán, bueno sí un poco, pero el que supiera de arte y temas de mi agrado fue lo que más llamó mi atención, además de su siempre respetuosa forma de hablar y lo agradable de la charla. En fin, era un sábado y no miento si digo que empezamos a hablar temprano por la mañana, trabajé, comí, salí a pasear a Mateo, mi perro, fui al súper, vi una película y aún seguíamos hablando hasta que me propuso vernos en un par de horas si es que no tenía planes para salir esa noche.

La verdad es que rara vez tengo planes, la mayoría de mis amigos se van de antro y es bien sabido que no soy fan de esos lugares, así que casi nunca me invitan a salir con ellos los sábados. Estaba disponible. ¿Y por qué no conocer a un tipo guapísimo, agradable, culto y pasar un buen rato en lugar de quedarme en casa viendo capítulos de Criminal Minds como todos los días?

Pancho sugirió un lugar no muy lejano a mi casa y nos vimos alrededor de las 10 PM. No voy a negar que estaba emocionado, no todos los días conoces a alguien con tantas cualidades y una parte de mi mente pensó que si no me gustaba tanto el tipo al menos de esa salida podría encontrar a un buen amigo. El pensamiento se reforzó cuando llegué al lugar y conocí a Pancho. No sólo era como 10 centímetros más bajo de lo que había mencionado, no. El pitufo que estaba frente a mí era MUY diferente a la que aparecía en las fotos.

¡Oh, sorpresa! Sí, el tipo era el mismo de las imágenes, pero se notaba que además de ser bastante fotogénico también era todo un maestro del PhotoShop. Juro que estuve a punto de darme la vuelta y regresar exactamente por donde llegué, y es que si algo puede resultar demasiado decepcionante es que una persona trate de aparentar algo que no es a través de las redes sociales. Respiré profundo, sonreí a medias y me dije a mí mismo: Mi mismo, el tipo es más feo que un pasivo con hemorroides, pero al menos es agradable. ¿Y uno no necesita que sus amigos sean exclusivamente guapos, no?

Entramos al lugar y desde los primeros cinco minutos de charla noté que Pancho no dejaba de verme de una forma un tanto incómoda, no morbosa ni lasciva, sino como de asombro. Decidí no prestar atención y empezar la plática retomando uno de los muchos temas de los que hablamos por la tarde. No sólo el tipo había retocado sus fotos, tampoco parecía tener tanto conocimiento acerca de lo que platicábamos horas antes. Entre su físico, su mirada de admiración, la falta de tema de conversación y su falta de ambición al contarme que a sus 27 años no sabía lo que quería, vivía con su familia, no había terminado la carrera y tenía un empleo deprimente de medio tiempo que le daba para pagar sus cigarros, (irónicamente me pidió uno unos minutos más tarde), lo único que quería era terminarme la cerveza e irme a mi casa. Ese capítulo de Criminal Minds me parecía mucho más interesante en ese momento.

Sólo una vez hace muchos años había aplicado una salida tan estúpida e inventada como la que actué esa noche. Pedí a mi mejor amiga que me llamara por teléfono y en cuanto sonó el celular pretendí que me necesitaba con urgencia asegurando que saldría para allá en ese instante, ante la mirada triste de Pancho y las risas de mi cómplice del otro lado de la línea. Me disculpé de prisa, pagué mi cerveza y me dirigí hacia la salida, lógicamente se ofreció a acompañarme pero lo único que obtuvo de mí fue un “seguimos en contacto”, y quienes me conocen saben que esas 3 palabras de mi boca significan todo lo contrario.

¿Qué fue lo que sucedió? En el camino de regreso a mi casa me puse a analizar en dónde había estado el error. Ok, si bien no era tan guapo como se veía en las fotos, ¿en dónde estaba el tipo culto y agradable con el que había hablado? No tardé mucho en darme cuenta de que (como siempre) el que había hablado la mayor parte del tiempo había sido yo. Toda la tarde le di las armas para saber mis gustos y poder seguir el tema. Le mencionaba un autor y me hablaba de varios de sus libros. Decía algo de un cineasta y me decía qué películas le habían gustado de él, pero siempre fui yo el primero en dar detalles con los que él decía estar de acuerdo, repitiendo exactamente mis propias palabras de una manera diferente.

¿Por qué no simplemente decir que no sabía? ¿Por qué no mencionar cosas que realmente le gustaran? ¿De qué te sirve pretender que sabes de algo para conseguir salir con alguien si a la hora de la verdad no vas a poder seguir el cuento? Es demasiado lamentable encontrarse con ese tipo de personas, y sí, aunque muy probablemente no hubiera aceptado salir con él de tener fotos sin retoques y haberme hablado acerca de su nada prometedor futuro por falta de motivación o exceso de conformismo, igual habría sido preferible conocer a un tipo real.

Cuidado chavos, las fotos y hasta las pláticas pueden engañar cuando conoces a alguien a través de aplicaciones. ¿Entonces usamos Skype antes de salir? ¿Le pedimos un video? ¿Hacemos un examen oral para saber su nivel de cultura general? Quizá las dos primeras opciones no sean del todo descabelladas, pero para la tercera el único consejo que puedo darte es que no cometas los mismos errores que yo al apoderarme de la plática, no. Déjalo hablar a él primero y formula las preguntas correctas después.

Honestamente luego de esa cita no me quedaron ganas de seguir conociendo chavos en apps, así que me di un break temporal de esos sitios esperando evitar nuevos encuentros incómodos. Pero como el destino es MUY cabrón, el día de ayer tenía que jugar conmigo. Me topé con Pancho en la llamada segunda ciudad más grande del mundo, con miles de millones de habitantes, ¿de risa, no? Ahí estábamos, uno al lado del otro esperando que el semáforo cambiara de color para poder cruzar la calle, sabiendo quién era el de al lado y aunque el ruido de la calle era demasiado, el silencio incómodo que había entre los 10 centímetros que nos separaban parecía mucho más fuerte en ese momento. Ninguno de los dos había saludado al otro. ¡Carajo! Y ni siquiera podía pretender estar ocupado en mi teléfono porque mi batería estaba muerta.


La luz se puso en verde para ceder el paso al peatón y traté de caminar rápido entre la multitud alejándome de él, pero aún así pude escuchar cuando dirigiéndose a mí dijo “Hasta tú le hubieras ganado el Oscar a Di Caprio”, solté una carcajada mientras lo veía despidiéndome con un movimiento de cabeza que le daba la razón. “¿De plano estuvo tan mal?” me preguntó aún alejándose caminando de espaldas. “No tienes idea”, respondí y seguí mi camino. “¡Hey!” – me gritó – “¡Al menos sí conozco el trabajo de David Hale!”.  Vaya, y de todos los temas que retomé en los 40 minutos de la cita jamás se me ocurrió volver a sacar ese.

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